El tango, como cualquier animal, tiene sus venas por donde corre la vida siguiendo un pulso. Desde siempre los hombres desearon donar a este ser sus banderas y patrias en su afán de poseer, de dominar esta esencia bailada a ritmo dos por cuatro. Ignoraban que su verdadero origen y dueño es el Río de la Plata. Allí, como las aves, anidó y se bañó en sus orillas dejando canto y plumaje. Fue en este lugar donde los esclavos, procedentes de África, tras duras jornadas, a golpe de tambor, sembraron en la tierra fértil la semilla del lamento y la nostalgia… cantá tangó, cantá tangó, gritaban mientras, los pies apresados con grilletes, danzaban sus sueños de libertad, y el agua completó el milagro bañando con esta danza tanto los barrios del arrabal como los elegantes salones de los palacios. Hoy la vibrante manifestación es patrimonio de la humanidad. Cómo no serlo cuando lo hemos interpretado desde hace siglos, sin fronteras, africanos, criollos, indígenas. Hombre y mujer unidos por el corazón a un mismo compás; ella confía y se entrega a ciegas, sabiendo que el reto está en dejarse llevar. (Carmen Bedmar) En Latidos encontrarás malevos y minas, estancieros argentinos y viejos gauchos. Fútbol, asado y vermú. El parqué encerado de los salones de baile, cafetines de suburbios. Cantos astronómicos y puros. Orquestas acostumbradas a tocar en los boliches, milongas de tangueros y tangos que saben esperar. Cirios que proyectan sobre muros la silueta de una bailarina. Zapatos de piel de becerro, tacones de aguja, medias de filtiré y vestidos de centelleantes lentejuelas. Discos de vinilo con dedicatoria, maletas de cartón, el tiempo congelado. Besos robados en el cuello, abrazos cerrados pero flexibles, palmas y brazos entregados, recuerdos que queman como un ascua sobre la llaga. La mirada de quien presiente la cara oscura del destino y adictos a la muerte. Pampas sin eco, el tren de las nueve, farolas que se encienden con pereza, bulevares parisinos en pleno corazón porteño, edificios de estilo francés en el barrio de La Boca, asfaltos mojados por melancólicas lluvias, el adoquinado envejecido de la rúa…
